martes, 12 de julio de 2011

Caminito Soleado

Hoy me pillé pensando en ti. Navegando en tu mirada lejana.

Quizás por que me atreví a escuchar un tango y recordar tu olor a laca y dulces de cabro chico. Después de tanto tiempo de ausencia me parece extraño que cueste tan poco sentirte cerca. Converso con tu aroma que me abraza como cuando niña. Estás en todas partes, vives a través de mi. Espero estés orgulloso- pienso en silencio, y en segundos respondes- Seguro que si !-a gritos en el vacío de la habitación.

Necesito de tu abrazo, fuiste el único padre que conocí y yo tu hija más que tu nieta. Siempre disfruté  el mundo que inventabas para mi. Me enseñaste que la con la luz prendida los monstruos no salían de debajo de la cama y que los ruidos en la noche era tan solo la casa estirándose después de estar horas inmóvil todo el día disimulando su vitalidad para el mundo de los grandes.

Lecciones básicas de como escabullirme en las tardes para ir al río evitando los regaños de mi abuela y sus cátedras de lo que era esperable de una señorita de mi clase y educación. Sabías que andar a pata peláh y chascona era lo que más sentaba y lo alentaste. Escondías los cepillos de pelo, eternos enemigos de mis rulos porfiados, y embarrabas, a propósito, los zapatitos de charol para que no me los pudieran poner. Me raptabas cuando habían problemas familiares y me llevabas al circo a llenar mi panza de cabritas y algodón para endulzar mis noches.

Cuándo crecí y me alejé de nuestro mundo en colores, a distancia y por carta, no perdías oportunidad de alentar travesuras y amoríos de niña mientras llegaban las vacaciones y nos volviéramos a ver. Llegaba enero y corría a la estación central para subirme al tren que me llevaría de vuelta a nuestro universo paralelo. El olor al pinito ordinario que colgaba del espejo de tu auto era la perfecta bienvenida y contexto para ponernos al día camino al la picáh de los mejores completos de Laja. Mi verborrea desesperada solo aumentaba con tus carcajadas y aunque el verano recién comenzaba no había tiempo para silencios muertos.

Nunca olvidaré ese verano en que volví de campamento con un ejército de piojos y luego del corte drástico de pelo en manos de mi espantada abuela y su frustrado intento con litros de vinagre, decidiste, creo que por apoyo moral, asumir tu arrastrada calvicie y comenzar a lucir orgulloso tu brillosa pelada.

Son tantos momentos los que se reúnen al tratar recordar que no hay humo de cigarro que proyecte entre sus matices tanto calor. Los pasajes antes de tu partida , al contrario de los recuerdos de niñez y adolescencia, se escurren con el pasar de los años. Me es muy difícil oír tu voz cansada y tu desgano por el fútbol o cambiar en mi memoria tus pasitos tangueros en el living por un cojeo lerdo que trajo tu vejez.

Nunca dejes de acompañar mis pasos y ven a visitarme cuando quieras -dije antes de que desapareciera cuando me invadió el sueño- tan solo guiñó el ojo picarón y desapareció bailando con una mano en el aire y otra en la panza tarareando una de Gardel de vuelta a nuestro mundo imaginario allá lejos en el nunca olvidado paraíso del sur.




"Cruzando montes y valles, con alas venía mi pobre carreta, 
con su carga de esperanzas las ruedas le hacían al viento gambetas. 
Y cuando ya atravesaba la hondura del valle de lenta corriente, 
una congoja naciente detuvo su impulso parando su andar, 
porque en ese arroyito a veces tus ojos se saben mirar"